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Suplemento 5

SUPLEMENTO

Nº 5

Monseñor Fernando Arêas Rifan

Mons. Rifan siempre fue un líder. Dotado de una viva inteligencia y de fácil contacto, no tuvo dificultades en conquistar la admiración y confianza de todos.

Ordenado en 1974 por Mons. Antonio de Castro Mayer, no tardó en tornarse el secretario del obispo de Campos.

En 1980, por ocasión de mi ordenación, el Rev. P. Rifan encontró un medio de ir a Ecône. Aprovechando una visita ad limina que Mons. de Castro Mayer hacía en aquella ocasión, el Rev. P. Rifan también visitó nuestro monasterio en Francia y Dom Gérard luego vió en él un futuro obispo. Los acontecimientos darán razón a Dom Gérard, pero de un modo muy diferente del que se podría esperar en aquella época. Pero no nos anticipemos.

En Brasil, el P. Rifan había sido solicitado por los fieles del movimiento “Permanencia” para decir misa en la ciudad de Río de Janeiro. En un diálogo amistoso entre el P. Rifan y el Dr. Julio Fleichman, se estableció una cooperación entre Campos y “Permanencia”.

“No podemos quitar el pan de nuestros fieles de Campos para dárselos a los de Rio de Janeiro”, argumentó el P. Rifan que quería evitar este apostolado fuera de la diócesis de Campos. Campos siempre se resentirá de un cierto legalismo que limitará la acción de Mons. de Castro Mayer y de sus Padres.

“Pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de los hijos”, respondió el Dr. Fleichman que, con esta bella respuesta, ganó la contienda.

Campos comenzó a atender a los fieles de Río de Janeiro y cuando el monasterio de la Santa Cruz fue fundado, en 1987, Campos pensó en confiarnos este apostolado. Consentimos solamente en una colaboración, pues no queríamos asumir una responsabilidad que podría perturbar la regularidad de nuestra vida monástica. Nuestro apostolado, según nuestro fundador, el Rev. P. Muard, debe ser más un apostolado de misiones que de parroquias.

Así fue hasta 1989 o 1990, cuando Dom Lorenzo asumió el apostolado en Río de Janeiro al que se le añadió el de Niterói.

Pero antes tuvieran lugar las consagraciones de 1988. En una hermosa mañana, Mons. de Castro Mayer tomó una decisión que sorprendió a sus Padres. Ir a Ecône para las consagraciones. Esta decisión vino de él mismo, como el P. Possidente repitió en varias ocasiones. El P. Rifan lo acompañó, así como los Reverendos Padres Possidente y Athayde. En la ceremonia el P. Rifan tradujo el pequeño sermón, o mejor, la profesión de fe que Mons. de Castro Mayer hizo para justificar su presencia en aquella ceremonia y declarar públicamente su apoyo a la obra de Mons. Lefebvre. Este pequeño sermón se grabó profundamente en aquellos que los escucharon.

Después de las consagraciones, Mons. de Castro Mayer y sus Padres, partieron a Barroux donde ellos nos pudieron conversar con Dom Géreard como lo deseaban. Dom Gérard los esquivaba, dejando entender para que lado él estaba inclinado. Saliendo de Barroux, el P. Rifan dejó una carta a Dom Gérard sobre la inmensa confusión y decepción que provocaría en la Tradición un acuerdo entre Barroux y Roma.

Cuando recibimos en Brasil la noticia de los acuerdos, entramos en contacto con Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer, para que nos orientaran sobre lo que sería más prudente hacer. El P. Rifan, en estas horas difíciles, fue el intermediario para comunicarnos los consejos de Mons. de Castro Mayer. Su Excelencia y los padres nos proponían cerrar el monasterio e instalarnos en la diócesis de Campos. Una carta de Mons. Lefebvre nos hace tomar una decisión diferente: guardar el monasterio y hacer una declaración pública, exponiendo las razones de nuestra ruptura con Dom Gérard. Los bienes de la Iglesia pertenecen a Cristo Rey, no se debe dejar que caigan en manos de los enemigos de Su reino universal. El P. Rifan llegó con el P. Tam a Nova Friburgo para ayudarnos a redactar esta declaración.

Posteriormente él regresó una vez más para hablar principalmente con Dom José Vannier, que había tomado el partido de Dom Gérard, pero que apreciaba a los Padres de Campos. Los Padres Possidente y Rifan hablaron con Dom José, pero sin resultado.

Algunos días después, el propio Dom Gérard se presentó al monasterio con Dom Emmanuel Butler para intentar recuperar el monasterio. El P. Rifan estuvo nuevamente aquí para ayudarnos en las discusiones que tuvimos con Dom Gérard. Expresamos aquí nuestra gratitud por toda aquella ayuda a Santa Cruz que contrasta tanto con lo que él hace actualmente.

Inmediatamente después de estos acontecimientos, o poco antes, el P. Rifan vino, con toda su experiencia en la materia, a ayudarnos en una misión en nuestra región. Al final de la misión plantamos una cruz con la inscripción “Salva tu alma”.

Los lazos entre nosotros y el P. Rifan aumentaron aun más por un viaje a Alemania para obtener ayuda para el monasterio y para la parroquia del Rev. P. Rifan. Pasando por Ecône, Mons. Lefebvre nos recibió con la gentileza que le caracterizaba y colocó en el bolsillo del P. Rifan una ayuda substancial para la compra de un terreno donde se construyó una iglesia, la misma donde actualmente defiende la sumisión al Vaticano II y a los decretos litúrgicos de la Iglesia Conciliar. ¿Qué diría Mons. Lefebvre si pudiera prever tan mal uso de su generosa ayuda?

Después de la muerte de Mons. de Castro Mayer, una cuestión urgente se impuso a los Padres de Campos. ¿Quién substituiría a Mons. de Castro Mayer? Eso ya se podría haber hecho en 1988, pero Campos dejó pasar la oportunidad. Después de algunas deliberaciones, el clero fiel decidió escoger un obispo, y se reunió un pequeño “cónclave”. Mons. de Castro Mayer había indicado antes de su muerte dos nombres: el Rev. P. Emmanuel Possidente y el Rev. P. Licinio Rangel. Puede suponerse que el Rev. P. Rifan no tenía las preferencias de Mons. de Castro Mayer.

El Rev. P. Licinio Rangel fue escogido. La consagración de Mons. Rangel se realizó en la ciudad de São Fidelis, el 28 de julio de 1991. El obispo consagrante fue Mons. Tissier de Mallerais, asistido por Mons. Williamson y Mons. de Galarreta. A pesar del respeto que se tenía por él, Mons. Rangel nunca perteneció al trío dirigente del clero de Campos. Los Reverendos Padres Possidente, Rifan y Athayde tenían una influencia que limitaba un poco la acción de Mons. Rangel, que era de temperamento bastante reservado y un poco tímido. No hay nada de peyorativo en esto que decimos aquí de Mons. Rangel o de los tres Padres más influyentes en su diócesis. Esto es simplemente una realidad. Él pudo, tal vez en parte, explicar los acontecimientos que se siguieron.

Invitado por la Fraternidad San Pío X para predicar el retiro espiritual que precedió el Capítulo General, donde Mons. Fellay fue elegido en 1994 para suceder al Rev. P. Schmidberger, el Rev. P. Rifan se tornó cada vez más una referencia en la Tradición. Así, cuando la Fraternidad entró en contacto con Roma después del Jubileo de 2000 e invitó a Campos para participar, el P. Rifan fue escogido para representar Campos en estas entrevistas. El drama de Campos iba a comenzar.

Cuando las condiciones presentadas por roma parecieron inaceptables par parte de la Fraternidad San Pío X, campos prefirió no retroceder. Es difícil establecer cuál es la responsabilidad exacta de unos y otros en estos acontecimientos. Lo que se puede afirmar con certeza es que el P. Rifan se había convertido en el hombre de la situación. Aunque obedeciendo a las directivas de Mons. Rangel, él era el único interlocutor presente en Roma durante las negociaciones. El P. Rifan, debemos notar, ya tenía, después de cierto tiempo, contactos cada vez más frecuentes con los progresistas y también tenía la costumbre de obtener permisos para rezar la misa de san Pío V en los locales que pertenecían a los adversarios. Aunque esto no sea necesariamente un mal, esto fue, creo, una abertura que contribuyó para la caída del P. Rifan y de toda la diócesis. ¿El simple contacto con esos hombres imbuidos de modernismo y liberalismo fue el punto de partida de esta caída? Vale la pena hacerse esta pregunta.

Para la gran decepción de los católicos de todo el mundo, Mons. Rangel firmó un acuerdo con Roma en la catedral de la ciudad de campos el día 18 de enero de 2002, en la presencia del Cardenal Castrillón Hoyos; del obispo titular de Campos, Mons. Roberto Guimarães, y de otras personalidades del mundo eclesiástico. Fue la sentencia de muerte de la Tradición en Campos, aunque el P. Rifan repitiese que no se trataba de un acuerdo, sino de un reconocimiento. Todos los fieles aceptaron los acuerdos, engañados por sus Padres que, por su vez, se engañaron a sí mismos. A decir verdad, no todos los fieles aceptaron los acuerdos, pero los que resistieron fueron verdaderamente el “pusillus grex”. Entre ellos debemos destacar aquí al Sr. Hirley Nelson de Souza.

Mons. Rangel, atacado por un cáncer, falleció poco después, y el Rev. P. Rifan lo sucedió al frente de la Administración Apostólica, nacida de los acuerdo con Roma. Consagrado por el cardenal Hoyos, Mons. Rifan se revelará como el “ralié” [1] por excelencia. Tornándose amigos de nuestros enemigos, él recorrerá todas las diócesis, abrazando a aquellos que antes atacaba con un ardor que los progresistas no lo olvidarán tan rápido. Con el cambio de posición, Mons. Rifan va a acumular las pruebas de la sinceridad de su “alineamiento” [2]. Como dijo Abel Bonnard: «Un “ralié” nunca es bastante “ralié”». La autoridad del Vaticano II; la legitimidad de la misa nueva; la obligación de someterse al “magisterio vivo” de los Papas liberales; la condenación de Mons. Lefebvre, considerado como un cismático: todo eso Mons. Rifan fue obligado a aceptar y proclamar.

Sin embargo, no era esto lo que los padres de Campos querían, ni lo que ellos habían dicho a los fieles, ni tampoco lo que les habían dado a entender al Cardenal Hoyos. Una prueba de esto es la declaración que ellos redactaron, en la cual afirmaron su determinación de continuar el combate contra el liberalismo, el modernismo y el progresismo que inspiró el Vaticano II. El Cardenal Hoyos, después de leer la declaración, hizo la siguiente reflexión que uno de los Padres de Campos me contó. “Sí, fue lo que acordamos. Pero no es necesario decir todo eso. Basta declarar que ustedes harán críticas constructivas conforme permite el Código de Derecho Canónico”. “Después de esto, me dijo el mismo Padre, nuestro combate terminó”. Ya sea por miedo de entristecer al Papa o al Cardenal Hoyos, o por falta de convicción, o por causa de una fe abalada, o por miedo a Mons. Rifan, o por cualquier otra razón, el hecho es que Campos se tornó semejante a un perro mudo. La Roma modernista no tiene nada a temer por parte de estos Padres, a pesar de que ellos se formaron en la escuela de los grandes obispos del siglo XX, que se opuso enérgicamente a los errores modernos. ¿Cómo explicar esto? Sin querer penetrar el fondo de los corazones e ir más allá de aquello que los hechos nos revelan, pienso que, ciertamente, el contacto con las autoridades que no profesan la integridad de la fe católica sólo puede llevar, poco a poco, a aquellos que se someten a ellas, a compartir sus ideas y su modo de ser. Mons. Lefebvre alertó mucho sobre esto a Dom Gérard. En Roma no se hace lo que se quiere, sino lo que Roma quiere. Dom Gérard no llevó esto en consideración; Mons. Rifan, mucho menos.

Pero, la reacción vendría de la propia diócesis. Los propios fieles notaron con el tiempo que algo estaba mudando. Ellos apelaron al monasterio, y Dom Antonio-María les rezó una misa en una hacienda que tiene el hermoso nombre de Santa Fe. Mons. Rifan se puso furioso. Él reunió a los “culpados” y les advirtió con dureza.

“¡Ay de ustedes, si traen nuevamente un Padre del monasterio o de la Fraternidad!”

“Excelencia, respondió un agricultor, que conoció a Mons. de Castro Mayer, eso depende de usted. Si usted persevera en la nueva dirección que escogió, yo llamaré cada año un padre de la Fraternidad o del monasterio para hacer la comunión pascual, yo y mi familia.”

Mons. Rifan no pudo obtener nada de aquellos valientes agricultores, que actualmente, en las grandes fiestas, son más de 250 en una pequeña iglesia construida por ellos, donde los Padres de la Administración no ponen más los pies.

Para terminar, observemos solamente que Mons. Rifan hoy celebra con los obispos progresistas, y dice que recusar sistemáticamente el rezar la Misa Nueva es una actitud cismática. A eso llamamos traición: la acción de faltar con la fidelidad que se debe tener a los principios católicos, pues ellos nos fueron confiados por la Santa Iglesia, o sea, por Nuestro Señor. Es evidente, nada más. Si se prefiere otra definición de traición, se puede aplicar esta otra: es el crimen de una persona que pasa para el lado del enemigo. Es duro, pero es una realidad. Todo el mundo lo puede constatar. Que Dios nos preserve de hacer lo mismo, puesto que por nuestra fragilidad podemos caer aun más abajo. Actualmente Mons. Rifan es amigo de aquellos que condenan a Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer. Él llama beatos a Juan XXIII y a Juan Pablo II. Es amigo de los liberales, de aquellos que destronaron a Nuestro Señor y que promueven la descristianización de la sociedad.

Que Nuestro Señor y su Madre Santísima nos preserven de perder la herencia que nos fue legada con tanto sufrimiento por Mons. Marcel Lefebvre y Mons. de Castro Mayer, que no es sino aquella de la cual hablaba San Pablo: “Yo os trasmití lo que recibí”. (I Cor. 11, 23)

Hno. Tomás de Aquino OSB.


 

[1] “Ralié”. Nombre que los franceses dieron a los que, siguiendo las directivas de León XIII, aceptaron trabajar con el gobierno republicano y masón de Francia, en el siglo XIX. Las directivas de León XIII se revelaron imprudentes y los mejores católicos franceses se recusaron a seguirlas. Posteriormente, este mismo gobierno francés expulsó las órdenes religiosas del país, obligándolas a emigrar para el exterior.

[2] Traducimos así la palabra “ralliement”, y para “ralié” guardaremos la forma francesa.

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